Pero si algo es cierto dentro de la utopía es que lo único que podemos lograr es definirla. Esquiva como el tiempo se presenta a sí misma como un ideal lejano, tal vez pasado, tal vez presente, da igual donde se intente buscar, al segundo ya habrá cambiado su lugar.
Eso dijo un tal Heráclito, el mundo es cambiante y no estático. Tal vez no postuló acerca de la perfección, pero ahí está la magia de la filosofía, su divina omnipresencia. Flexible y moldeable. Dinámica. Arcilla sobre la que trabajar.
Sabiendo esto y teniéndolo tan claro, ¿por qué no ir más allá?
Si no es posible una utopía tampoco debe existir una antiutopía, nada es sin su opuesto. El eterno enemigo perdería nombre y categoría al no encontrar rival.
Y aun así, pese a saber que no puede llevarse a cabo nos empeñamos en imaginar, como seres humanos pseudoracionales que somos, historias de buenos y malos en las que el pueblo bala al unisono, comiendo pienso de mala calidad de manos de cuatro viles comandantes que dominan todo el sistema. Entender la letra de la receta del médico se ve que no es suficientemente emocionante, así que tenemos la necesidad de aliñar no sólo nuestra vida, si no la de nuestros vecinos.
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