domingo, 10 de marzo de 2013

Utotipicismos.

Creo recordar, que cierta vez alguien me contó, algo de que hubo un tiempo en que los pensamientos utópicos eran los únicos que motivaban a la multitud a seguir adelante, a mejorar la situación y alcanzar un imposible, creer en la libertad dentro de la opresión, creer en la naturaleza rodeados de contaminación.
Pero si algo es cierto dentro de la utopía es que lo único que podemos lograr es definirla. Esquiva como el tiempo se presenta a sí misma como un ideal lejano, tal vez pasado, tal vez presente, da igual donde se intente buscar, al segundo ya habrá cambiado su lugar.

Eso dijo un tal Heráclito, el mundo es cambiante y no estático. Tal vez no postuló acerca de la perfección, pero ahí está la magia de la filosofía, su divina omnipresencia. Flexible y moldeable. Dinámica. Arcilla sobre la que trabajar. 

Sabiendo esto y teniéndolo tan claro, ¿por qué no ir más allá?

Si no es posible una utopía tampoco debe existir una antiutopía, nada es sin su opuesto. El eterno enemigo perdería nombre y categoría al no encontrar rival.

Y aun así, pese a saber que no puede llevarse a cabo nos empeñamos en imaginar, como seres humanos pseudoracionales que somos, historias de buenos y malos en las que el pueblo bala al unisono, comiendo pienso de mala calidad de manos de cuatro viles comandantes que dominan todo el sistema. Entender la letra de la receta del médico se ve que no es suficientemente emocionante, así que tenemos la necesidad de aliñar no sólo nuestra vida, si no la de nuestros vecinos.






Me niego a pensar como la mayoría y es lo único que nos convierte en animales gregarios - carne de cañón -, la humanidad fuera de control, finales del mundo por doquier y personajes imaginarios culpables de lo que yo llamo casualidad. 


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