miércoles, 7 de septiembre de 2011

Creerse mundo dentro de un calcetín sudado.

Vuelve a sorprenderme por veinteava vez consecutiva la estupidez de la raza humana.





Mi vida está en auge, podría definir mi estado de ánimo como tranquilidad absoluta, felicidad facilona y progresión geométrica. Aun así no me siento llena, al contrario, empiezo a estar más vacía que nunca, las palabras se borran sin previo aviso y la memoria falla a ritmo de Jazz. Creo que mi vista ya no es lo que era y mi pelo tiene complejo de pseudo-hierbajo.

UN AÑO. Una cantidad sin definición fija. Lustro, Siglo, Milenio... Me gustaría saber si existe una palabra en concreto para gritar mi idiotez a todo pulmón. UN AÑO. Desesperante espera válgame la redundancia; tan largo como un año sin Luna, tan corto como un año borracho de química. Porque lo cambia todo, porque dentro de un año muero, porque dentro de un año vuelvo a nacer.
RESURRECCIÓN. Nueva medida para esta cantidad.

Y es que de nuevos anda el juego pero quién me lo iba a decir, echo de menos mi rutina, me siento como Ana en sus años de juventud. No estoy hecha para los compromisos, Quiero al igual que Pignoise, quiero besar sin decir te quiero, quiero perder el control y probar mil bocas a cada cual más sabrosa. A día por boca, quiero ponerme una máscara de carnaval y que nadie se de cuenta de quién soy, luego, más tarde, desvelar mi identidad. Dejar de ocultarme. Quiero ser yo.

Tapar, tapar y tapar. Tapar una personalidad inminente, un volcán a punto de explotar, lo digo, estoy en auge y asusta, estoy a punto de caramelo, tómatelo como quieras, con tomate o con un Chardonnay del 94, ni yo misma sé si pensar mal.

Egoísmo que atraviesa mi garganta, impulsos eléctricos recorriendo mi cuerpo, puro orgasmo de placer esporádico, fingir sonrisas y reír verdades, sentirse libre como el agua dentro de un río con luces de neón.

En estos tiempos de guerra me siento el centro del mundo cuando en realidad estoy dentro de un calcetín sucio.