domingo, 20 de julio de 2014

Algo quimérico.

Cavilando sobre la hermosa idea de aquello eterno di por asumida, tal vez por imprudente, su existencia. Mantuve el viejo problema en cuyo seno se imposibilita la advertencia de ese conocimiento al alma perecedera, pues si lo infinito es verdadero ningún hombre puede abarcar toda su determinación, dada la naturaleza caduca que amarra al condenado.  

«Maestre, una gran duda me aflige, que me constriñe hasta hacer de mi un hilo ligero enredado justo en el punto álgido de la razón, al final de cada interrogante; qué da nombre a este extraño suceso, siendo tan mortal como lo fui ayer y viendo cada vez más tardía la resolución de lo absoluto» Su consejo, un baño. 

Me detuve a pensar cuál sería la única forma de advertir mi presencia, finalmente me satisfizo la idea de hundir el rostro decúbito supino en agua hirviente y escuchar cómo ralentizaba el pulso. 

Era cierto, estoy vivo mientras muero, fugaz y –a su vez– imperecedero.