sábado, 30 de marzo de 2013

Disaster night, a vuestra salud.

El otro día me vino uno de esos impulsos derrochadores, no uno compulsivo de tipos acomodados, sino de aquellos que te llevan a gastar 12€ - casi la comida de toda una semana - así porque sí, porque se supone que eres joven y debes es salir, emborracharte, desfasar, llegar a casa cual Cenicienta sin zapatos y despertar al príncipe a las 6 de la mañana para que te traiga una jersey, sudadera, manta térmica, edredón o cualquier otro tipo de textil que intente quitarte el frío inútilmente.
Volviendo al tema principal; yo, universitaria que debería pasar el mes con gastos inferiores a 200€, decido ir de cabeza a una especie de macrofiesta - sin ganas, además - sabiendo que voy a volver prometiendo no salir nunca más. "Por el ciego que se pilló" pensaréis, pues no señores, os invito a ir totalmente sobrios una noche de fiesta por Madrid centro, premio para el que no sienta asco, pena y una inevitable nostalgia hacia su cama. 
Por si fuese poco, adivinad quién se dejó el abono de transporte en casita, perfectamente alineado en el centro del escritorio "porque así seguro que lo veo y me acuerdo de cogerlo", JÁ. Por suerte, el control de seguridad en los turnos de noche del metro de Madrid es pésimo - ¡GRÁCIAS! -. 
Tras un largo viaje y esperas eternas, al final consigo mimetizarme un poco con la etnia común de cada jueves universitario, empiezo a ver la noche como una especie de lección y por lo menos sé que si por mala pata muero de la emoción, el frío me mantendrá bien conservada hasta que alguien me reconozca. 
Dentro de la famosa sala no se podía esperar una organización mejor de la que he tenido la oportunidad de encontrar en mi amplio historial de parti jards; media hora de reloj para pedir una copa - ¡Garrafón! ¡Por supuesto! -, la cual creo que llegué a terminarme hasta la mitad y luego abandoné a su suerte obrando así mi primera buena acción del día, a la salud de quién se la terminara. 
¿En qué momento habré pasado a ser abstemia? Whatever, hoy lo llamaré "intento de madurar 1". Lo que no significa que si me invitáis a una copita la rechace con cara de ofendida y marche indignada; pero me niego a, como es ya algo común y se relaciona con juventud, parecer una hiena desenfrenada, tirada por el suelo y con el culo al aire, moverme por este tipo de ambiente. 
Sigamos, como la primera copa perecía, ahora tenía que preocuparme por la segunda, porque LA HABÍA PAGADO y las noches de luna llena me sale el ramalazo catalán. Dilema, ¿qué podía hacer? ¿esperar media hora más en la barra y pedir otro vodkolonia a riesgo de que mi ánimo siguiese in decrescendo? ¿Pedir un Red Bull que, aunque no quiera pensarlo, llevaría escrito "Te estoy costando 6 eurazos, chata"? y aquí es cuando aparece mi ángel de la guarda, una chica con sangre del tipo ABetílico preguntando si teníamos dinero para otro cubatazo. Segunda buena acción de la noche. Segunda copa inexistente para mi, aprovechada por otro. ¡A SU SALUD!
Resumiendo un poco el final, acabé las dos últimas horas mirando el móvil cada 5 minutos para coger el primer cercanías. Por si fuera poco resbalé con un líquido no identificable y me di "El culazo", miré a un lado y a otro - no sé para qué, si la mayoría no debían distinguir más allá de medio metro - y vino a levantarme un segurata, pensando que iba más pedo que Alfredo bebidilla supongo, no le culpo, el simple hecho de estar allí en medio me convertía en un tópico andante. Más frío. Más postebrio - al que sólo encuentro el contagio como explicación -. 

¿Y todo esto para qué? Para entrar en una especie de "núcleo social", para integrarme dentro de algo a lo que ya debería pertenecer.
Porque ser joven, por lo visto, no es cuestión de tener mucha vida por delante, salud y falta de experiencia justificada. Sino de acortar distancias con la indiferencia, jugar a ser invencible y ver la realización personal como algo muy secundario, no me refiero a la formación profesional, me refiero a establecer una personalidad sólida y con fundamentos que no se base en fiestas, comas etílicos, "noches de desenfreno, mañanas de Ibuprofeno" y otros objetivos que no van más allá del descontrol como diversión. A riesgo de malas interpretaciones, salir es bueno, relacionarse es bueno, pertenecer a un grupo social es muy bueno, incluso beber es "bueno" siempre y cuando no se convierta en hábito -y he ahí el mayor de los problemas -; pero perder el rumbo no lo es y no todos estamos preparados para enfrentarnos a elegir y decidir qué es mejor, que no menos aburrido y monótono. 
Pasarse años haciendo girar una vida en torno de ese único objetivo no es, ni mucho menos, bueno. 

Cabe decir que en una noche como esta, la diversión es subjetiva. Bastan un par de cubatas y tres chupitos para hacer de mi fatídica experiencia algo mítico. Pero espero que me perdonéis si os digo que a la próxima que me dé por derrochar... ¡Camarero! Que sean dos tercios y unas bravas, por favor.  

domingo, 10 de marzo de 2013

Utotipicismos.

Creo recordar, que cierta vez alguien me contó, algo de que hubo un tiempo en que los pensamientos utópicos eran los únicos que motivaban a la multitud a seguir adelante, a mejorar la situación y alcanzar un imposible, creer en la libertad dentro de la opresión, creer en la naturaleza rodeados de contaminación.
Pero si algo es cierto dentro de la utopía es que lo único que podemos lograr es definirla. Esquiva como el tiempo se presenta a sí misma como un ideal lejano, tal vez pasado, tal vez presente, da igual donde se intente buscar, al segundo ya habrá cambiado su lugar.

Eso dijo un tal Heráclito, el mundo es cambiante y no estático. Tal vez no postuló acerca de la perfección, pero ahí está la magia de la filosofía, su divina omnipresencia. Flexible y moldeable. Dinámica. Arcilla sobre la que trabajar. 

Sabiendo esto y teniéndolo tan claro, ¿por qué no ir más allá?

Si no es posible una utopía tampoco debe existir una antiutopía, nada es sin su opuesto. El eterno enemigo perdería nombre y categoría al no encontrar rival.

Y aun así, pese a saber que no puede llevarse a cabo nos empeñamos en imaginar, como seres humanos pseudoracionales que somos, historias de buenos y malos en las que el pueblo bala al unisono, comiendo pienso de mala calidad de manos de cuatro viles comandantes que dominan todo el sistema. Entender la letra de la receta del médico se ve que no es suficientemente emocionante, así que tenemos la necesidad de aliñar no sólo nuestra vida, si no la de nuestros vecinos.






Me niego a pensar como la mayoría y es lo único que nos convierte en animales gregarios - carne de cañón -, la humanidad fuera de control, finales del mundo por doquier y personajes imaginarios culpables de lo que yo llamo casualidad.