martes, 25 de septiembre de 2012

Persona(lid)ades

Quiero pensar que no fue culpa mía, ni de nadie, quiero pensar que ni siquiera fue culpa del sino. Quiero pensar que los planetas se alinearon y quisieron que así sucediese, quiero pensar que las cartas así lo dictaron, que no habían más opciones y el camino estaba ciego. Desgraciadamente no creo, no intuyo, sé.

A veces el margen de la templanza llega a su límite, la filosofía ya no sirve y ninguna frase hecha puede aminorar lo evidente. ¿Por qué negarse a algo tan obvio? Fingir es de cobardes y mantenerse en silencio no es ejemplo de sinceridad. 

Si me expreso en sustantivos es por evitar acciones, cuando deje de controlar al verbo las consecuencias pueden llegar a ser insalvables, el núcleo de toda oración y el dominio de la función. 

El dolor me tranquilizaría, cualquier síntoma de humanidad y emoción sería un buen inicio ¿Decía inicio? No, no lo es, pero tampoco es final, los finales acaban con un "adiós", me preguntaría dónde está pero las preguntas surgen del dolor y en fin, ya sabéis, no duele. 

Es curioso como algo tan nuevo y sometido al cambio sea el vivo ejemplo de la diversidad. La personalidad es, como ya imaginaréis, puro producto del ser humano, una mezcla poco homogénea de sentimientos, impulsos y según dicen "racionalidad". 
Tal complejidad es causa de que nunca deje de sorprendernos. Imprevisible, improbable, inclasificable. 

Intentamos crear un patrón común que nos indique cómo actuar ante ciertas reacciones, ¿Pero habíais tenido en cuenta que nuestra propia personalidad, nuestro propio ego, el yo que pensamos nos impide llegar a una conclusión objetiva? No existe una verdad absoluta, pues cada resultado está condicionado por esa diversidad, el punto de vista es un ser singular, el punto de vista no se puede mostrar. 

Queda claro que vivimos sometidos, ergo podemos entender que somos esclavos de nuestro propio ser, eso sí, desde mi forma de verlo, dictado directamente de mi propia identidad.  


domingo, 16 de septiembre de 2012

El uso de la felicidad.

Voy a contaros algo que ya sabéis, consecuencia de levantarte un domingo con la mayor resaca de tu vida e intentar atar cabos que has tirado al mar sin permiso ni criterio. La felicidad no existe.
Cualquiera que se preste a buscar el imbécil que inventó esa palabra que maldigo y anhelo tiene todo mi respeto. ¿Qué es la felicidad? La felicidad es como el azúcar, tan dulce y adictiva que mataríamos por el último grano. Pero el viento se la lleva, sopla un poquito más de la cuenta y olvídate de encontrarla.
Totalmente ficticia, imagino que se inventó para ponerle nombre a ese estado de éxtasis, tranquilidad o falta de remordimientos, se inventó para dar motivos a algún cobarde que no se atrevía a sobrevivir sin un fin que se volvería común al resto de la humanidad.
Vivimos huyendo de la tristeza, amargura, depresión, antítesis de la felicidad, algo tan efímero no puede ser real, algo tan eterno no puede ser tan contradictorio.
Guerras, odio, envidia. Es cruel y despiadada, al alcance de unos pocos privilegiados que matarían por no perder tan preciado tesoro.
Supongo que el negar la felicidad es el primer síntoma de infelicidad.

Dueño del destino y enemigo de lo inalcanzable.
Tan fácil como gritarle al calendario que deje de planificar tu vida, hacer de la improvisación un tipo de filosofía y ganar por puntos a la frustración.