sábado, 18 de octubre de 2014

Redundante equivalencia de un futuro aleatorio.

Cuando una de las mayores amenazas de la sociedad son las enfermedades silenciosas; unas se expanden sin dolor, otras sin supuraciones ni fiebres altas; el sigilo se convierte en plaga, como aquella que padece el mundo adicto a los diagnósticos. Y así, mientras, el declive de la libertad de acción sigue abriéndose camino entre un entero de población que sacrifica el don de la alternativa a cambio de la materialización de la fe. 

El humo de la ciudad combate contra la tragedia, y yo sigo su ritmo, patrones aleatorios y bailes frenéticos que nunca convergen. 
Me preguntaron por qué seguía haciendo el amor, porque no creo en el determinismo. Del mismo modo que me sirvo una taza de café todas las mañanas, me afino la voz en escala de grises, no me gusta el infinitivo para definir acciones, no quiero aflojar ante la opresión de las futilidades. 

Aunque el silencio me atrape, seguiré tomando café compulsivamente y haciendo el amor recién levantada, hasta que alguien me pida prueba de la alienación de alguno de mis instintos, hasta que se demuestre que el equilibrio de mis pasos es mucho más que una suma de casuales. 

Y si la prueba fuese quitarme la vida, moriría en el intento.