sábado, 18 de octubre de 2014

Redundante equivalencia de un futuro aleatorio.

Cuando una de las mayores amenazas de la sociedad son las enfermedades silenciosas; unas se expanden sin dolor, otras sin supuraciones ni fiebres altas; el sigilo se convierte en plaga, como aquella que padece el mundo adicto a los diagnósticos. Y así, mientras, el declive de la libertad de acción sigue abriéndose camino entre un entero de población que sacrifica el don de la alternativa a cambio de la materialización de la fe. 

El humo de la ciudad combate contra la tragedia, y yo sigo su ritmo, patrones aleatorios y bailes frenéticos que nunca convergen. 
Me preguntaron por qué seguía haciendo el amor, porque no creo en el determinismo. Del mismo modo que me sirvo una taza de café todas las mañanas, me afino la voz en escala de grises, no me gusta el infinitivo para definir acciones, no quiero aflojar ante la opresión de las futilidades. 

Aunque el silencio me atrape, seguiré tomando café compulsivamente y haciendo el amor recién levantada, hasta que alguien me pida prueba de la alienación de alguno de mis instintos, hasta que se demuestre que el equilibrio de mis pasos es mucho más que una suma de casuales. 

Y si la prueba fuese quitarme la vida, moriría en el intento.


domingo, 20 de julio de 2014

Algo quimérico.

Cavilando sobre la hermosa idea de aquello eterno di por asumida, tal vez por imprudente, su existencia. Mantuve el viejo problema en cuyo seno se imposibilita la advertencia de ese conocimiento al alma perecedera, pues si lo infinito es verdadero ningún hombre puede abarcar toda su determinación, dada la naturaleza caduca que amarra al condenado.  

«Maestre, una gran duda me aflige, que me constriñe hasta hacer de mi un hilo ligero enredado justo en el punto álgido de la razón, al final de cada interrogante; qué da nombre a este extraño suceso, siendo tan mortal como lo fui ayer y viendo cada vez más tardía la resolución de lo absoluto» Su consejo, un baño. 

Me detuve a pensar cuál sería la única forma de advertir mi presencia, finalmente me satisfizo la idea de hundir el rostro decúbito supino en agua hirviente y escuchar cómo ralentizaba el pulso. 

Era cierto, estoy vivo mientras muero, fugaz y –a su vez– imperecedero. 

jueves, 29 de mayo de 2014

Un fenómeno constante

Hace cosa de un mes me atreví con un concurso de microrrelatos, he de decir que todo aquel que ofrezca la posibilidad de presentar los escritos vía electrónica me llama más la atención que los de entrega en mano/correo, la participación es muy dinámica y parecen estar al alcance de un grupo más heterogéneo de escritores, mayor cantidad de amateurs, vasta lista de niveles de escritura, un buen modo de atreverme a entrar en este gremio —de momento como mera aficionada— al fin y al cabo.  

Todos los textos empezaban del mismo modo "Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida...", el mío fue el siguiente:

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve y el humo de mi cigarro se intercala entre gota y gota, abriéndose camino y desvaneciendo su paso a la vez, y así del mismo modo que era humo, humo deja de ser. Como la corriente incesante del río de Heráclito, así es la lluvia que cae tras el marco de mi ventana abierta, semejante entre sí y distinta a la que precede, una falsa perseverancia que me hace decir "lluvia" cuando sólo puedo hablar del milagro de llover. 

Cierro el ventanal y recuerdo las leyes del cambio: primero se me humedecen los párpados, luego se empapan mis mejillas, un río quimérico se dirige perdido hacia el cuello de mi camisa, como si la lluvia nunca fuese a dejar de caer. 

Agradecer a la Fundación Camilo José Cela la oportunidad y facilidades que ofrece desde que empezó la primera edición del concurso dos años atrás. 

lunes, 7 de abril de 2014

Hablando de espacios siderales..

Pensé en guardar un par de minutos de silencio por aquel género al que me hicieron llamar 'indie' y lo cierto es que fue una grata sorpresa descubrir que casi sin reinventarse y dentro de una conocida atmósfera de artificialidad, Sidonie vuelve a sumir a sus oyentes —a aquellos a los que nos sigue gustando el sonido sintético al que otros como Napoleon Solo, Dorian y, cuando le place, Lori Meyers, también se agregaron— dentro del recuerdo de lo que un día fue y mucho me temo que no va a volver, por mucho empeño que echen en llamar por el mismo nombre a algo que a lo sumo tiene unos sintetizadores como familiar parecido.


Probablemente esos dos minutos de silencio que mencioné al principio se adueñen de los que dure el siguiente tema, es posible que la historia de la impasible Sierra y el frío Canadá sea parte del último aliento de este género, pero me quedo con 4'18'' dónde por fin resulta algo menos impropio volver a imaginar expresiones como 'sideral' y demás adjetivos cósmicos, esos viejos conocidos.